jueves, 18 de febrero de 2016

Claymore: guerreras, mutilación, memoria y otredad en la animación japonesa para muchachos


Después de una larguísima ausencia, regreso con varios textos. Ya había publicado aquí una breve nota sobre mis impresiones del manga Claymore, de Norihiro Yagi, pero lo trabajé ya en forma y en octubre de 2015, la Revista Impossibilia publicó un artículo mío sobre las implicaciones estéticas y sociales de la serie de anime. 

http://www.impossibilia.org/claymore-guerreras-mutilacion-memoria-y-otredad-en-la-animacion-japonesa-para-muchachos/

Si lo suyo es el anime, el feminismo, los estudios de género y las mujeres soldado, seguro les interesará. Dejo aquí el abstract para que sepan de qué va mi análisis:

El propósito de este artículo es analizar cuatro elementos clave de la serie de anime (animación japonesa) Claymore –basada en el manga (cómic japonés) de Norihiro Yagi, producida en 2007 por Hiroyuki Tanaka y los estudios Madhouse–: 1) la imagen de la mujer como guerrera con cuerpo atlético y agudas habilidades militares; 2) la mutilación como parte de la realidad cotidiana de la mujer que vive en un entorno violento; 3) la memoria como eje de la evolución psíquica y corporal de una mujer alienada; y 4) la capacidad de conocer al otro como forma de romper los límites de la propia identidad; todo lo cual perfila una valiosa propuesta que reta valores de género (narrativos y humanos) y que resulta más significativa por el hecho de dirigirse principalmente a hombres jóvenes.



miércoles, 8 de abril de 2015

Yaoi. Pornografía homoerótica para mujeres

¡La Revista Límulus ha publicado un ensayo mío sobre el fenómeno del yaoi! Dejo aquí los primeros párrafos a modo de provocación y ojalá quieran leer el texto completo:



No hace falta ser un hombre gay para percibir e incluso desear la atracción entre dos sujetos atractivos; una puede ser mujer, heterosexual, y extraer gozo a partir de múltiples manifestaciones homoeróticas sin ningún problema.

Esa fue una de mis propuestas en el primer Coloquio de Letras Diversas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, organizado por el Seminario de Literatura Lésbico-Gay. A pesar del poco tiempo disponible, los organizadores se mostraron muy interesados por el concepto de mujeres heterosexuales que no sólo consumen abiertamente pornografía homosexual, sino que también la producen; la mayoría de los asistentes a mi ponencia fueron jóvenes chicas muy entusiastas que gritaban de gusto al escuchar y ver imágenes conocidas. No fue una coincidencia.

Entre los círculos críticos y feministas, se plantea con regularidad la pregunta de cómo es o cómo puede ser la pornografía producida por mujeres y cuáles serían sus implicaciones, tanto sociales como culturales. Pues bien, la trinchera desde la que yo hablé en el Coloquio fue la del manga y el anime, géneros narrativos extendidísimos de la cultura pop japonesa: el yaoi.

A grandes rasgos, se trata de un subgénero del manga (cómic japonés 1 ) —también identificado con las siglas BL (Boy’s love)—, cuyo significado puede desglosarse en términos estructurales: “Sin clímax, sin objetivo, sin sentido” (Yama nashi, ochi nashi, imi nashi) o en términos temáticos: “¡Para, me duele el culo!” (Yamete, oshiri ga itai!). En cualquier caso, es la representación explícita de una relación sexual entre dos (o más) hombres. Eso es todo.

Ahora, viene lo interesante: Hablar de yaoi es hablar de un fenómeno editorial, estético y (¿por qué no?) sexual exclusivamente femenino. [...]

sábado, 24 de enero de 2015

Mirar la muerte desde abajo. Carta a El libro de la negación

La revista Marabunta ha publicado una reseña/carta mía sobre El libro de la negación, escrito por Ricardo Chávez Castañeda y editado por El naranjo.


Les dejo los primeros párrafos con el descarado afán de tentarlos y que quieran seguir leyendo en la página de la revista:



Dicen que no eres un libro para leer de una sentada, que el propio contenido urge determinadas pausas y regresiones para ser asimilado. Siendo así, tal vez cometí un error, pues te leí en la noche, en silencio, en mi cama a la luz de una lámpara; el acto de lectura fue condicionado por rituales que practico desde niña. Tal vez eso determinó la aplastante forma en que te recibí: conforme iba avanzando, me sentía más pequeña, más vulnerable, más asustada… Hacía tiempo que no lloraba por miedo. No era una exageración decir que eres “la peor historia del mundo”.

Esa vez no te leí como adulta; mi primera reacción no fue la de la indignación o asco o tristeza, sino de ese franco terror y náusea que te llena cuando te sientes impotente.

Pero no te odié.

No te odié porque, detrás de la fachada de relato, manifestaste tu esencia disertativa, tan propia del género que más amo: el ensayo. Las numerosas preguntas y reclamos que hay en tu interior son las que hago y recibo en mi calidad de ser humano con conciencia y voluntad. No te odié porque me aliviaba que dijeras la verdad sobre eso que los grandes condenan “enérgicamente”, pero que les incomoda mucho decir en voz alta, en especial frente a los niños. Se reconoce que las enfermedades y los accidentes son causas comunes de muertes infantiles, pero aún no termina de aceptarse que también, con mayor o menor crueldad, pueden ser asesinados por los adultos.

En lecturas posteriores, más controladas y más preparadas, encontré que las palabras de Dorothy Bloch sobre el lógico miedo de los niños a que los maten resonaron en tu interior: “¿Hay alguien más matable?”. En términos biológicos —allende las categorías morales—, la matanza de crías, propias o ajenas, obedecen al principio más básico de la vida: perpetuarse, no importa cómo. Los que matan cachorros o polluelos de otras especies para alimentar a los propios, los que matan progenie de la misma especie pero de otros individuos porque representan competencia y, por lo tanto, son una amenaza, los que devoran a sus propios jóvenes en tiempos de carestía para sobrevivir y volver a engendrar nuevas crías, las hembras que, por una u otra razón, rechazan a sus recién nacidos y los abandonan… Debido a su tamaño y vulnerabilidad, los más pequeños son víctimas perfectas. Aquí recordé a Urano y a Cronos, tan asustados de ser destronados por la siguiente generación que se convirtieron en tiranos caníbales mientras podían hacerlo, tratando desesperadamente de conservar su propia vida, de mantener inmutable su propio mundo.

Entonces pensé que la razón por la cual los adultos matan bebés o niños es porque, tal vez, muy en el fondo, tienen miedo. Saben que su deber para con la vida es procrear, pero no saben qué hacer después. El miedo es el principio de todas esas muertes; mueve a los victimarios y congela a las víctimas. Pero así, el instinto de matar no sería menos natural que el de nutrir, cuidar y defender, en cuyo caso, todos lo tendríamos, sin importar edades. Dice Sabine Baring-Gould sobre la naturaleza del licántropo, el ser brutal por antonomasia: “Es tan malo negar a la bestia que tenemos dentro como dejarla en completa libertad. Reconocer que existe es el primer paso para empezar a domarla.” Dime, libro, ¿sería eso tan terrible? ¿Sólo lo bello y bueno puede definirnos como seres humanos?
.....


Continúa en: