martes, 5 de junio de 2012

Epístola sobre la experiencia de la flauta dulce


Donde haya islas,
habrá pinos, y el viento
sonará fresco.
Shiki (1867-1902)

‘Experiencia’ significa el conocimiento adquirido a lo largo del tiempo. Esto es lo vivido y depende del sujeto.

Parece que conoces la flauta dulce desde siempre, aunque esto puede no ser cierto. Desde niño y hasta la adolescencia, te ponen en las manos un instrumento alargado, hueco, con agujeros y muy ruidoso, sin enterarte muy bien de por qué. Entonces, no sabes que ese objeto es uno de los más viejos en nuestra historia consciente; tampoco te dicen que es legado benévolo de un viejo tirano y tampoco te enseñan que hay más que sólo el nombre de la notas. Hay mucho silencio a su alrededor.

Al hablar de tu propia experiencia, cuando te diste cuenta de que esa cosa producía sonidos, fue fácil memorizarlos y tal vez hacerlos estallar para molestar al compañero de al lado cuando los adultos no miraban. También pudo ocurrir que esos sonidos se quedaran en un solo lugar, pero no contigo. Así, el instrumento no cumple con su objetivo y su existencia se vuelve hueca.

A menos que detengas el discurrir de tu tiempo para explorar su cuerpo y su esencia, no podrás decir que la conoces o que supiste tocarla en algún momento.

La flauta no es un recuerdo de juventud, tampoco es un caro tesoro de iluminados; sólo pretende despertar y hablar con cada acto, como sucede con todas las cosas. Una flauta, un libro o un sable se mantienen inertes si no están en manos de una persona; si no hay una vida que se comparta con ellos, se quedan quietos. Una fue hecha para sonar, otro para decir, el último para cortar, pero requieren de un entendimiento que devele su contenido; de otro modo, la vida no basta.




Hace años, Jorge Cuesta le cantaba a un dios mineral:
El aire tenso y musical espera;
y eleva y fija la creciente esfera,
sonora, una mañana:
la forman ondas que juntó un sonido,
como en la flor y enjambre del oído
misteriosa campana.

Así ha de ser para ti cuando se trata de hacer música a través de una flauta.

Fuera de voluntades, en principio, hace falta calor. Si una boca y un cuerpo helados sólo le pertenecen a los muertos, si el movimiento es energía y la energía es calor, hay que contagiarlo para obtener un despertar adecuado. Al exhalar a través de un túnel frío, se escapan chillidos lastimeros que sin duda has tenido que soportar. Eso quiere decir que no está lista. Después de todo, no está domesticada y nunca lo estará, no importa si es de pasta o madera; cada nuevo día, para ella, será como el primero y deberás buscar las posturas, el aire y la fuerza como si no la hubieras conocido antes.

El sonido, como el aire, es inamovible: está en todos lados, excepto en el vacío. Inamovible no significa que permanezca como una cosa insensible; al contrario, fluye por todos lados y por lo tanto, aunque se pueda dirigir, no se puede mover. Unos dicen que la voluntad detrás del viento es la de Dios; otros, que no hay tal, sino un choque entre lo frío y lo caliente; ambas explicaciones son correctas en tu caso: la voluntad detrás de la flauta es la tuya y nace a partir del enfrentamiento entre tu existencia y la de ella.



Pero soplar mil veces por tiempo indefinido no hace que la música tenga forma. Para que cada nota siga su camino, la mente no debe detenerse. Tal vez ya hayas escuchado sobre este concepto. Hay muchas distracciones cuando se quiere tocar un instrumento: las partituras, la armadura, los tonos, los matices, los adornos, los tipos de sonido, las posiciones del cuerpo, los recuerdos, las evocaciones… Si diriges la mente hacia uno de estos puntos, ésta será absorbida, se detendrá y lo demás se olvidará. Incluso al concentrarte en no parar, tu mente es arrastrada por este pensamiento y se paraliza.

En una pelea, sucede lo mismo: tu fuerza, tu habilidad, la fuerza del otro, la habilidad del otro, el entorno, las armas, el miedo y el enojo son abismos donde se despeña tu mente y entonces puedes morir. Por ello, conviene recordar que el movimiento es el principio de la vida.

El poeta Marco Antonio Montes de Oca escribió:
Ya no tengo raíces:
si me necesitas oh viento
sílbame nada más.

Lo que pudo haber sido una manifestación de resignada tristeza, también lo puede ser de libertad; nada hay que te ate y así, puedes seguir más allá del horizonte. Esto aplica a cada aspecto de tu paso por la tierra.

Pero no debes equivocarte y pensar que libertad es la ausencia de leyes u orden. El sonido tiene un orden y eso es el tiempo. Transcurre, se acelera o se vuelve lento, pero no tiene fin, aun cuando la pieza haya finalizado.

¿Y ahora? El calor, el aire, la continuidad y el tiempo no hacen la música. El cuerpo debe apropiarse del pensamiento, volverlo instinto sin perder la razón. Al sostener una flauta, te miras a ti mismo y tocas puntos clave de tu corporeidad; para emitir determinados sonidos,  acomodas y sopesas y adquieres conciencia de cada centímetro de piel, hueso y sangre. Un amigo, Eduardo Galeano, cantó satisfecho en una ocasión: “…Entonces, cuando me reconozco en ellos, yo soy aire aprendiendo a saberme continuado en el viento.” Hablando de los otros, también hablaba de Galeano. Se voltea la mirada hacia adentro y el mundo se vuelve más grande. Por supuesto, es difícil al inicio.

El cuerpo suele aprender y recordar antes que la mente; lo has sentido antes. De pronto, tu mente ha perdido el hilo, se confunde y se atasca, mientras tus dedos y diafragma continúan como debe ser. También puede ocurrir lo contrario: la mente entiende y quiere alcanzar lo que sigue, pero la torpeza de tu materialidad se lo impide. Si preguntaras a otros al respecto, uno te diría: “No sé cómo lo hago. Lo hago y ya”; y otro podría decir: “Entiendo qué debo hacer, pero no puedo hacerlo”.

Cuando intentas, por todos los medios, ensamblar ambos engranajes, resuena la sentencia del filósofo Takuan Sōho sobre la mente: “No importa dónde la deposites, si la dejas en un lugar, el resto de tu cuerpo fallará en sus funciones”. Cuerpo y mente deben entrar en consonancia, por lo que no puede haber ningún estorbo. A ello se refieren los que hablan del vacío al momento de actuar. Que no sea un accidente, que no sea un cálculo; lo que buscas es la armonía entre reflejo y pensamiento.



Al fin, para producir sonidos limpios, debes regresar a la fundación de todo. Así, aprendes a respirar por primera vez. Los que sostienen “Pienso, luego existo” no están equivocados, pero para otros, hay una certeza más simple: “Respiro, luego existo”. El aire es la base de la existencia espiritual y la meditación. Al sentir y entender la propia respiración, siguen los propios latidos y de ahí, el orden de todo lo demás.

De esta manera, el aire que produce tu cuerpo es como el viento sobre la tierra: se articula, se liga, se pellizca, aumenta o disminuye la fuerza, pero es una sola columna. De la misma forma, la música que ahora produce tu flauta es como la mente que no se detiene: durante el tiempo necesario, lo abarca todo porque no deja de moverse. O, como Galeano lo dijo alguna vez: En ese momento, “silba el viento dentro de mí. Estoy desnudo. Dueño de nada, dueño de nadie, ni siquiera dueño de mis certezas, soy mi cara en el viento, a contraviento, y soy el viento que me golpea la cara.”

Nuestros albores como seres humanos coinciden con el inicio de la música, que empezó con percusiones y soplidos. Hoy estás tú aquí, con las mismas intenciones. De eso se trata la experiencia.

lunes, 4 de junio de 2012

Descubriendo el yo en el otro: breves apuntes


El siguiente es un ensayo que nació, hace varios años, a partir de la lectura de otros dos: El primero es "Sahagún o los límites del descubrimiento del Otro" de Luis Villoro (en Estudios de Cultura Náhuatl, Vol. 29, México: UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas, 1999. pp. 15-26) y el segundo comprende una serie de fragmentos sobre el otro de Mijail M. Bajtín (Yo también soy, selec., trad., comentarios y prólogo de Tatiana Bubnova, México: Taurus-Alfaguara, 2000. (La huella del otro)). 
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Desde sus inicios, el ser humano ha sido un animal social. Sin embargo, ello trasciende la mera supervivencia; la identidad, la condición de ser y el propósito del hombre se define a partir de su relación con los otros.

Descartes decía: “Pienso, luego soy”. Bajtín, más tarde, cuestiona: “¿Por qué sólo por haber advertido que pienso, debo considerar que pienso la verdad? Ésta no puede caber en una sola conciencia, sino que se genera en el encuentro dialógico de varias conciencias” y establece que para que exista el yo, el otro es la primera condición, por lo que habría que cambiar el postulado ontológico a: “Pienso, yo también soy”.



¿Cómo sé que yo soy yo? No creo averiguarlo únicamente a partir del pensamiento, del carácter, del conjunto de gustos, aficiones o acciones; mucho menos de mi nombre o apariencia física. Entonces, ¿cómo sé que yo soy yo? Se me ocurre que la única manera de saberlo es compararse con otros.

Por un lado, yo soy gracias a los demás: existo porque mis padres me concibieron, soy hija porque tengo padres, soy hermana porque tengo hermanos, soy amiga porque tengo amigos, soy alumna porque tengo maestros; y por el otro, yo soy para los demás: ¿Qué quiero ser de grande? (Aunque me choca esa expresión, negándome existencia en el ahora chiquito): Bombero, policía, médico, biólogo, escritor, pintor, etc., sin importar el oficio o la profesión, es posible hacer porque los otros lo necesitan.

El paradigma de identidad propia se complementa, así, con el principio de alteridad u otredad, el cual consta de dos partes (ideales, al menos):

1) Reconocimiento de la igualdad: “Ese sujeto que tengo enfrente es igual a mí: respira, come, duerme, siente, teme y se preocupa como yo. Es una persona que vive en este mundo y también quiere sobrevivir”.

2) Reconocimiento de la otredad: “Ese sujeto que tengo enfrente es diferente a mí: tiene un origen distinto, su historia es otra, percibe el mundo de otra manera, sus sueños, aspiraciones y miedos son diferentes a los míos. Soy algo muy diferente para él”.



            La relación entre este principio con el propósito ontológico y las relaciones humanas es intrínseca.

            Tomemos como ejemplo la conquista de América; plantea una serie de cuestiones analizables en los términos mencionados. Luis Villoro lo expone con abrumadora claridad.

Al negar igualdad y otredad, se despoja a un sujeto por completo de su condición y se le reduce a un objeto; así, su dominio está asegurado. Al destruir todo vestigio del pasado de una persona, ésta se queda desnuda, vacía, sin una mirada propia, por lo que es obligada a verse como el otro la ve. Los conquistadores miraban con desprecio; por eso, después de perder la guerra ante intrigas y soldados microscópicos, muchos indígenas se vieron a sí mismos derrotados, como objetos sin valor.



            Eso, en el caso de los soldados. Con los misioneros fue otro cantar[1]. Si bien es cierto que su cometido era acabar con los dioses paganos e introducir al indio en la fe verdadera, individuos como fray Bartolomé de las Casas y fray Bernardino de Sahagún sufrieron cambios drásticos en lo que a su percepción se refiere. Ya que era imposible adentrarse en la mente indígena sin tener conocimiento acerca de su mundo, se volvió imprescindible aprender la lengua, las costumbres y la cosmovisión del otro conocerla, no asimilarla, o el convertido sería el misionero.

            Lo que de ambos humanistas encontraron excedió por mucho sus expectativas: estos “indios ignorantes”, “idólatras” poseían una visión tanto o más compleja que la española, cada aspecto de su vida era regido por una profunda devoción por su historia y sus dioses. Así dado que algo nuevo no se puede aprender si no se hace una analogía con algo ya conocido—, los frailes hicieron comparaciones con los griegos, los romanos, los moros o los germanos para tratar de entender, pero con poco éxito.

            A partir de ello, de las Casas reconoció a los indios como personas tan capaces y con tantos derechos como él, pero no les reconoció su otredad. Para él, la cosmovisión india estaba equivocada; era menester salvarlos de su error e introducirlos a su verdad, la correcta.




            Sahagún tomó un camino diferente. Les concedió a los indios igualdad, sí, pero también valoró su discurso, recopiló lo que pudo del pensamiento nahua para conservarlo. “Nada más peligroso que concederle la palabra al otro cuando se quiere dominarlo”, afirmó certeramente Villoro.




            Ahora, podría haber surgido un complicado predicamento en la mente de Sahagún: Si el objetivo de la conquista era difundir la palabra de Dios y si los indios ya habían llegado solos a un elevado nivel de organización religiosa por su cuenta, ¿qué sentido tenía la presencia de  los españoles en América?, ¿cuál sería el propósito de los misioneros?, ¿cuál sería entonces la razón de su presencia? Era demasiado. No quedaba más alternativa que hacer un desdoblamiento comparativo de manera que, como de las Casas, Sahagún fuera el que tenía razón.

            Entonces, así como la alteridad puede establecer lazos de empatía y entendimiento, su tergiversación también puede favorecer el egocentrismo y la segregación. Cuando se invade o se declara la guerra a un país (decía Chesterton que la única guerra defendible era la guerra defensiva), cuando se cosifica y se le niega subjetividad al otro (hábito particular de los psicópatas al momento de divertirse con sus víctimas), o bien, cuando se usa la diferencia para deslindarse del mundo (“esos otros nada tienen que ver conmigo, ¿a mí qué chingados me importa lo que les pase?”), algo está saliendo  extremadamente mal.

            Se dice que todos somos uno, porque los otros son la clave para que yo sea yo, de manera que si puedo entender al otro, puedo entenderme como sujeto. Brecht no se cansó del tema: Importa mucho si el otro es asesinado, violado, secuestrado, abusado o injuriado porque ese otro podría ser yo y si así fuera, rogaría porque alguien se pusiera en mi lugar, me entendiera e hiciera algo al respecto.



[1] Al menos en México. El caso de Filipinas es, me atrevo a pensar, incluso más trágico. A la Nueva España llegaron muchas de las más grandes eminencias en humanidades en consonancia con el espíritu renacentista de la época; a Filipinas llegaron muchos de los más crueles déspotas. En su “Prólogo” a Noli me tangere de José Rizal, Leopoldo Zea describe con dolor las condiciones del pueblo filipino: además de la miseria material y la imposición religiosa, en las islas se les prohibió a los indígenas hablar español, a diferencia de los americanos, so pena de castigos físicos y humillaciones. Al negarles la lengua de la nueva cultura dominante, se condenó al filipino a observar un mundo estrecho, doloroso y temible. 

El recurso del método o Dictatorship for dummies


Pregunta: ¿Cómo levantas a un tirano en el poder?

R: Hay varias formas de hacerlo. Primero, si tienes un gobierno pusilánime y bueno para nada –o por el contrario, si es justo y vela por la seguridad del pueblo-, basta con que reúnas tu ejército y, cuando menos se lo esperen, das un golpe de Estado e instauras el orden a punta de bayoneta. Si ya tienes un tirano en el poder pero como que no te gusta su forma de proceder, levantas al pueblo para que ellos hagan el trabajo sucio y muy sutilmente asumes el control. Si de plano eres uno de esos idealistas corazón-de-pollo y te duele ver cómo oprimen a tu pueblo; pues bueno, te levantas con el resto de tu gente, pelean, derrocan al mal gobierno... pero alguien debe mandar ¿no? El país no puede quedarse sin un líder. No te apures, seguro serías un gran presidente... todo se haría a tu manera, ¿qué tal te suena eso, eh? ¿Verdad que suena lindo?




Pregunta: ¿Cómo se mantiene a la oligarquía en el poder si vivimos en un mundo moderno?

R: Ah, muy fácil. Si tienes la fortuna de vivir en América Latina, te sacaste el premio gordo. Digo, es bonito pensar que somos una “democracia”, que tenemos “soberanía” y todos esos hermosos mitos sobre los que se funda nuestra gran nación... pero tú y yo sabemos que no es tanto así, ¿me entiendes? Es decir, si funcionaba el sistema económico-político colonial, ¿para qué vamos a andar cambiándolo? ¿Sería un tanto ocioso, no? Mejor, para que nadie se enoje, nos quedamos con el mismo edificio y sólo lo pintamos de otro color, más chillante y más bonito. Ahora, como a una mujer vieja y fea, dar el gatazo de belleza te va a costar tu atención y trabajo las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Recuerda la regla número 1 del manual: Debes hacerle creer al vulgo que te necesitan para vivir mejor. Entonces, aprópiate de los medios de comunicación, con eso, ya la armaste porque se encargarán de tu imagen pública. Debes hacer ver a los revoltosos como criminales; si te los chingas, eres un héroe. Échales la mano a los verdaderos criminales para que hagan su desmadre por aquí y por allá, nada demasiado aparatoso; los atrapas, les das unos manacitos y luego los sueltas para volver a “salvar a tu pueblo”. Y por sobre todo –esto es bien importante-, regla número 2 del manual: gánate a los de los medios, a los del dinero y a los de las armas. Vende y condecora, créate todo un gabinete del que esperes total fidelidad (pero siempre desconfía... un rey... ejem... perdón, un presidente no puede darse el lujo de depositar su entera confianza en nadie... no olvides que este negocio es peligroso).




Pregunta: ¿Qué hago si mi manada empieza a descarrilarse? Cada vez son más y se alzan bajo una misma bandera... ¡no puedo desaparecerlos o darles gastritis a todos!

R: A ver, pedazo de estúpido. Regla número 3 del manual –“Subyugación” de kínder, caramba-: Despedaza todo mito que incite o favorezca la rebeldía. Héroes agrarios, obreros mártires, estudiantes-promesa-del-futuro... Eso está bien para monografías y demás chacharitas escolares, pero que se quede hasta ahí. Busca todo foco infeccioso y destrúyelo: libros, cuadros, revistas o pobres infelices que no saben con quién se meten. Ya verás cómo se aplacan si sacudes el garrote tantito en el aire. Además, ¿para qué chingados te sirven la tele, la radio y el periódico si no los vas a usar para apendejarlos?



Pregunta: ¿Dónde puedo aplicar todos estos conocimientos?

R: Básicamente donde sea, pero si eres principiante, te recomiendo América Latina... Ahí cualquiera empieza bien (aprovecha las condiciones que te preparan tus antecesores).

Pregunta: ¿Y si meto la pata o las cosas se salen de mi control?

R: Sólo te queda gritar a todo pulmón: “¡Coño de madre! ¡Hijo de puta!”. (O te esperas un rato, dejas que las cosas se enfríen y luego regresas).