sábado, 24 de enero de 2015

Mirar la muerte desde abajo. Carta a El libro de la negación

La revista Marabunta ha publicado una reseña/carta mía sobre El libro de la negación, escrito por Ricardo Chávez Castañeda y editado por El naranjo.


Les dejo los primeros párrafos con el descarado afán de tentarlos y que quieran seguir leyendo en la página de la revista:



Dicen que no eres un libro para leer de una sentada, que el propio contenido urge determinadas pausas y regresiones para ser asimilado. Siendo así, tal vez cometí un error, pues te leí en la noche, en silencio, en mi cama a la luz de una lámpara; el acto de lectura fue condicionado por rituales que practico desde niña. Tal vez eso determinó la aplastante forma en que te recibí: conforme iba avanzando, me sentía más pequeña, más vulnerable, más asustada… Hacía tiempo que no lloraba por miedo. No era una exageración decir que eres “la peor historia del mundo”.

Esa vez no te leí como adulta; mi primera reacción no fue la de la indignación o asco o tristeza, sino de ese franco terror y náusea que te llena cuando te sientes impotente.

Pero no te odié.

No te odié porque, detrás de la fachada de relato, manifestaste tu esencia disertativa, tan propia del género que más amo: el ensayo. Las numerosas preguntas y reclamos que hay en tu interior son las que hago y recibo en mi calidad de ser humano con conciencia y voluntad. No te odié porque me aliviaba que dijeras la verdad sobre eso que los grandes condenan “enérgicamente”, pero que les incomoda mucho decir en voz alta, en especial frente a los niños. Se reconoce que las enfermedades y los accidentes son causas comunes de muertes infantiles, pero aún no termina de aceptarse que también, con mayor o menor crueldad, pueden ser asesinados por los adultos.

En lecturas posteriores, más controladas y más preparadas, encontré que las palabras de Dorothy Bloch sobre el lógico miedo de los niños a que los maten resonaron en tu interior: “¿Hay alguien más matable?”. En términos biológicos —allende las categorías morales—, la matanza de crías, propias o ajenas, obedecen al principio más básico de la vida: perpetuarse, no importa cómo. Los que matan cachorros o polluelos de otras especies para alimentar a los propios, los que matan progenie de la misma especie pero de otros individuos porque representan competencia y, por lo tanto, son una amenaza, los que devoran a sus propios jóvenes en tiempos de carestía para sobrevivir y volver a engendrar nuevas crías, las hembras que, por una u otra razón, rechazan a sus recién nacidos y los abandonan… Debido a su tamaño y vulnerabilidad, los más pequeños son víctimas perfectas. Aquí recordé a Urano y a Cronos, tan asustados de ser destronados por la siguiente generación que se convirtieron en tiranos caníbales mientras podían hacerlo, tratando desesperadamente de conservar su propia vida, de mantener inmutable su propio mundo.

Entonces pensé que la razón por la cual los adultos matan bebés o niños es porque, tal vez, muy en el fondo, tienen miedo. Saben que su deber para con la vida es procrear, pero no saben qué hacer después. El miedo es el principio de todas esas muertes; mueve a los victimarios y congela a las víctimas. Pero así, el instinto de matar no sería menos natural que el de nutrir, cuidar y defender, en cuyo caso, todos lo tendríamos, sin importar edades. Dice Sabine Baring-Gould sobre la naturaleza del licántropo, el ser brutal por antonomasia: “Es tan malo negar a la bestia que tenemos dentro como dejarla en completa libertad. Reconocer que existe es el primer paso para empezar a domarla.” Dime, libro, ¿sería eso tan terrible? ¿Sólo lo bello y bueno puede definirnos como seres humanos?
.....


Continúa en:



No hay comentarios:

Publicar un comentario